Friday, July 28, 2006

El Temblor

Yo que creía que estas cuatro paredes contendrían mis aterros de depresión y soledad, ahora me doy cuenta de que no son suficientes. Se desgarran haciendo contínuos pero pequeños sonidos, logrando perturbar a mi oído minutos después. Mas no se detienen, y ya hace un par de meses que siento como mi alma se empolva con el concreto granulado que estas paredes dejan caer. ¿Y para qué limpiarla, si el incesante tremor la convertirá de nuevo en una poza de nostalgia y melancolía tan sólo segundos después?

Me tiemblan los pies, trato de refugiarme bajo las viejas sábanas blancas que encontré en una caja bajo el colchón. Siento que se me humedece la mirada, pero al final resulta ser un mero deseo, una mera ilusión que yo mismo congenio en los indescriptibles laberintos y redes de neuronas que guardo bajo mi cabello. Ya desearía yo poder llorar como un niño, a ver si acaso de esa manera logro desahogar la asquerosa y desgastante pena que ya por tanto tiempo me ha consumido.

Lo único que pido es que se detenga este interminable vaiven de la tierra bajo la planta de mis pies, porque cuando este desastre haya cesado, podré comenzar a reconstruir aquello que una vez fue.

Thursday, July 27, 2006

Los Heraldos Negros (Autor: César Vallejo)

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como los del odio de Dios; como si antes ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros átilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡Yo no sé!

Tuesday, July 11, 2006

Píldora

Aquella larga espera por escuchar tu voz se comprimía en la píldora que yacía en la mesa, a mi derecha, junto a mi cama. Meditaba. ¿Debía tomarla o no? Si bien sentía que un pistón enlataba mis latidos, me debatía entre la contracción o el elongamiento de mi antebrazo. Detenerlos; para que más tarde el tumulto de sangre, color púrpura y a punto de reventar, me causara más dolor, o seguir derramando el vapor condesado por la válvula de escape, liberando presión, con la esperanza de que la máquina algún día vuelva a emprender su rumbo. En mis sudorosas manos estaba la decisión.

Sentía aquel vacío. Tarde comencé a reaccionar. Mis sentidos recuperaban agudeza, el tapón de melancolía se fundía en aquellos cálidos ríos de roja pasión; ahora que fluyen velozmente por los ductos subcutáneos. Coloqué mis pies sobre la rugosa superficie de la alfombra que tapizaba mi habitación. Y así fue durante varias lunas. Y así continuó la travesía.

Pero la avería llegaría de nuevo. Arriba, conversaba conmigo mismo, sentía ya haber estado aquí. Al bajar unos tres niveles, encontraba una inconsistencia: yacía en la misma alcoba, bajo similares circunstancias, pero esta vez no sentí la necesidad de mirar a mi derecha.

Fue entonces cuando comencé a asustarme...

Wednesday, July 05, 2006

Esplendor

Reposo en el esplendor de un torbellino de sábanas blancas, debajo del techo de mi hogar, que es del mismo color. Igualmente las paredes. Un ambiente pulcro, estéril y pacífico. Un haz de luz que, en su reflejo, se concentra cual esfera solar sobre mi cuerpo moribundo. Apenas si puedo, con un gran esfuerzo, levantar uno de mis párpados. Una banca, a mi lado, donde hace unos momentos no recuerdo quién estaba sentado. Frente a mí rostros desconsolados, lágrimas tan pesadas que se derraman por efecto de la gravedad. Conservo la pared, llena de fotografías de momentos felices de mi juventud; de rostros que alguna vez veía a menudo, risueños, llenos de felicidad y con pupilas brillantes y relucientes. Tan sólo en mi memoria, difusas imágenes de aquellas semanas de llanto, de momentos difíciles, no vale la pena comenzar a recordar aquello ahora.

Poco a poco se despliegan siluetas, sombras al pie de mi aposento. Me están arrebatando el alma. Comienzan a acomodarse una tras otra, como si fuese un populoso estadio. Pronto, son una multitud. Sus rostros se esclarecen, tienen gesto de espera y emoción; me esperan a mí. No he olvidado lo vivido: los grandes amores, los éxitos, las experiencias sin sabor y las amargas. Pero todas ellas con el firme propósito de ensancharme la próxima sonrisa que fuese emitida por mis labios. Sería esta entonces, quizás, la más amplia que yo jamás haya gesticulado.

Me levanté a la mañana siguiente. Ya nada pude recordar.